8 y 30 entra su jefe. Saludan
normalmente. Es su oportunidad. En busca de argumentos para obtener un permiso,
las enfermedades más inútiles y raras vienen a su cabeza: síndrome de Estocolmo,
síndrome del hombre lobo, Coprofília, síndrome del Impostor, síndrome del
acento extranjero, gripe del Congo, síndrome del hígado extranjero -maldita sea!!!–
dice para sus adentros. Hora de la verdad. Se levanta de su silla y camina
hacia el escritorio que está al fondo de la oficina que alberga a unos 8
trabajadores, su jefe que lo mira avanzar. -Economista Buenos días, no me
siento muy bien, ayer tuve una reunión que se prolongó y comimos mariscos al
parecer en mal estado creo que necesito un doc….-. Una pila de papeles vuelan como
hojas de árboles, con el poder del viento de verano otoñal; su cuerpo cae
torpemente sobre un escritorio, el golpe en el piso no lo tiene registrado,
salvo por un chibolo en el parietal izquierdo y dinero en su cuenta por la
liquidación. Esa madrugada, la misma rutina solo que esta vez alternaba el chat
con la incesante búsqueda de trabajo, sus manos tiemblan cada vez que enciende
la fosforera. -No entiendo porqué me despidieron- es el texto que se lee en el
chat.
FILÁNTROPO
ANTROPÓFAGO